sábado, 9 de julio de 2011

LA ROMA HA CAMBIADO

Llegar a donde tú estabas. Solo, sin nadie a tu alrededor. Pensar en el de aquella bala. Brillante, plateada, fría y emponzoñada. Traidora. Y ahora, llegar hasta el lugar. Bajo la lluvia que, como la helada escarcha, nos hiela a ambos ahogando, desgarrando esperanzas. Llego hasta ti. Me arrodillo sin palabras. De ti brota un color de la rosa de amor, tan bello. Tan triste. Mi tristeza se confunde con las gotas de lluvia. Mis quejidos son mudos, sordos. Sólo los oigo yo. Una caricia insensible en tu rostro. Eres frío. Ya no siento el calor, tu calor. Tu ropa ya no está caliente, no tiene aroma, tu aroma. Ha quedado fría, mojada, con olor a humedad y muerte. Parece que el agua limpia pero lo único que hace es encharcar, dejar lodo y podredumbre. Yo también muero, muero contigo, bajo esta lluvia. Mi persona ya no es. El agua me arrastra junto al calor de tu sangre que marcha calle abajo. Me pierdo contigo para siempre. Te veo en sueños, me hablas, me enseñas, porque yo morí contigo aquel día y ya no he vuelto más. Soy una joven sin juventud que ha agotado sus lágrimas y ternura. Culpable sin serlo. Salvarte de la fuerza de una droga es imposible, al hombre le es imposible resistirse al poder también. Sin embargo, aún te veo como antes, joven y fresco, en aquella fotografía de días soleados, sonrientes. Allí vivo. Contigo. La Roma ha cambiado. Daniella.

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